Un chef del que ya muy pocos saben y que, si estás dentro de la profesión, deberías conocer, porque sí, si amamos esta profesión, creo que el mínimo homenaje que habríamos de rendir sería conocer a sus figuras destacadas. Así que, con ustedes, el Chef Fernand Point.
Hijo de madre y de abuela cocineras, su formación culinaria formal comienza en París, en el Foyot’s, el Bristol y el Majestic. Después se fue a Evian, donde fue el cocinero del pescado o “Poissonier” en el Hotel Royal.
Más tarde termina en Vienne, Francia, un pueblo cerca de Lyon, donde su padre, Auguste Point, abre un restaurante que, dos años más tarde, deja en manos de su hijo, quien le cambia el nombre a “La Pyramide”.
Ahí, el Chef Fernand se concentró en cocinar con el mejor producto, y además se esmeraba mucho en su preparación.
En poco tiempo, el lugar se convirtió en un referente para todos los cocineros y para quienes amaban la buena mesa. Fue así como nació el primer restaurante que se convirtió en un fenómeno de culto, y si todavía no me crees, el Chef Anthony Bourdain platica en su primer libro sobre cómo sus padres lo llevaron y eso fue un parteaguas en su vida.
El lugar causó tal revuelo que puso al pueblo en el mapa, y además hizo del chef una de las primeras celebridades de esta profesión. Fernand Point muy posiblemente sea la figura que inspiró la imagen icónica del chef.
Se trataba de un hombre de enormes dimensiones, sonrisa fácil, un excelente conversador y anfitrión, un hombre de apetitos pantagruélicos, con mucho sentido del humor, siempre lleno de anécdotas y con un dejo de excentricidad. Esto, junto a su exquisita cocina, lo hicieron un chef muy popular y una persona muy querida por quienes lo rodearon.
Entre sus muchas otras facetas, era un hombre con una gran facilidad para crear frases o máximas que pasaron a la posteridad. Tan es así, que en mi libro lo cito varias veces, porque sus palabras, además de estar llenas de grandes verdades, encierran cierta sabiduría y, me atrevo a decir, algo de poesía.
Y no conforme con esto, se le consideraba un gran maestro; tenía mucha facilidad para enseñar y transmitir sus técnicas.
Entre sus pupilos más destacados se encuentran Paul Bocuse, los hermanos Troisgros, Louis Outhier, Alain Chapel y Bisé, cada uno de ellos también dignos de estudio.
Su cocina se consideró moderna en aquellos tiempos y fue parteaguas de esa época. Él consideraba que, muchas veces, la mayor complejidad se escondía en las cosas que parecían fáciles, y de ahí su máxima acerca de una muy tradicional salsa:
“La salsa bearnesa es simplemente una yema, shallot, vinagre de estragón y mantequilla, pero toma años de práctica lograr que nos salga perfecta”.
“El faraón de la pirámide de Vienne” lo llamó Félix Benoît, su biógrafo.
Nuestro chef es el autor de “Mi gastronomía” y, sin duda, uno de los cocineros más influyentes de los siglos XIX y XX, y además uno de los más entrañables.
Me atrevo a apostar un brazo a que el personaje del chef Gusteau en la película “Ratatouille” está inspirado en el gran Fernand Point.
Algunas de sus máximas:
- “La guarnición debe combinar tan bien como una corbata le combina al traje”.
- “Una buena comida debe ser tan armoniosa como una buena sinfonía, y debe estar tan bien construida como una catedral de Normandía”.
- “No soy difícil de satisfacer, me conformo con lo mejor”.
- “El éxito es la suma de muchas pequeñas cosas que se hicieron bien”.
- “Si el divino creador se tomó la molestia de hacer cosas deliciosas para que comiéramos, lo menos que podemos hacer es prepararlas bien y servirlas con la debida ceremonia”.
- “En la gran orquesta de la cocina, el salsero es el solista”.
Hay mucho por aprender de este gran hombre, y recordárselo a las nuevas generaciones es un pequeño homenaje que le rindo.
Así que mis queridos e inexistentes lectores, espero que hayan disfrutado de este escrito y que le hayan tomado cariño a este gran chef.
Buenas noches.
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