1999, Los Balcanes. Yugoslavia se fragmentó en varias facciones étnicas que decidieron formar estados separados, y en el proceso, el baño de sangre no se hizo esperar. Se trató de una guerra despiadada entre familiares, antiguos vecinos y hasta amigos. Esta guerra se caracterizó por el odio racial, los atropellos a los derechos humanos y la barbarie.
Pero… Un momento, ¿Porqué un chef nos está platicando de historia, que tiene que ver esto con la gastronomía? Espérenme, no tan rápido, sigan conmigo ya verán que los cocineros estamos en todas partes y esta historia va a tener un giro inesperado. Esta es la historia donde se encuentran dos personajes que estaban destinados a confluir en la vida, aunque de una forma muy improbable.
En 1999, La OTAN solicitó que esta guerra se detuviera, pero Yugoslavia les dijo básicamente que tomaran su resolución, la enrollaran y que hicieran lo propio con el rollo, por lo que la OTAN solicitó a la ONU el permiso para intervenir, pero China y Rusia dijeron que no. Sin embargo, las imágenes de esa guerra recordaban al holocausto y el presidente de EE.UU., Bill Clinton, decidió atacar de forma independiente usando sus famosos e inderribables “Bombarderos invisibles”. Estos aviones eran casi indetectables por el radar y habían bombardeado anteriormente a otros países con una tasa de éxito del 100% sin sufrir bajas, así que, con toda la arrogancia, enviaron esas siniestras aeronaves negras a hacer el trabajo sucio, y es ahí donde nuestros personajes coinciden.
Mucha de esta tecnología antirradar consiste en que, por las formas y el recubrimiento del avión, su señal es casi indetectable. Y vamos a hacer énfasis en el «casi», y además, en el breve periodo en el que las compuertas de salida de las bombas se abren, las formas del avión se pierden un poco y aquí mucha de su «invisibilidad» se desvanece.
El teniente coronel Dale Zelko despegó con su nave cargada de bombas, sin saber que en tierra, el muy ingenioso coronel (y panadero) Zoltán Dani, del tercer batallón de la 250ª brigada de defensa aérea yugoslava, tuvo acceso a algunas comunicaciones interceptadas que le hacían saber la hora aproximada de la incursión.
Además, esta gente, con todo el ingenio, modificó la longitud de onda a la que operaban sus radares para incrementar las posibilidades. Aquí hay que tener en cuenta la enorme planeación y meticulosidad de nuestro panadero, ya que las armas que él operaba eran soviéticas y de los años 50 y 60, pero en términos de cocina, este hombre había puesto su receta por escrito, había hecho su «mise en place» perfectamente y estaba listo para lo que se le viniera encima.
Zoltán Dani esperó pacientemente y cuando el capitán América abrió las compuertas de las bombas, nuestro panadero detectó una señal pequeña y esquiva, pero él de cualquier manera puso en la mira a esa pequeña mancha en el radar y disparó dos enormes misiles antiaéreos. El primero pasó tan cerca que sacudió al avión, pero milagrosamente no explotó, para fortuna del piloto. Pero por lo mismo, Zoltán se cubrió las espaldas lanzando dos misiles, y fue el segundo el que hizo blanco y derribó al ya no tan invulnerable F-117.
El avión cayó abatido de ese cielo oscuro y en territorio enemigo, pero el piloto alcanzó a eyectarse, lo que hizo que se pusiera en marcha un operativo de captura por parte de los yugoslavos y, de manera simultánea, una operación de rescate por parte de los estadounidenses, quienes lograron rescatar al piloto caído. El incidente fue tan dramático que se hizo una película basada en esta historia.
Nuestro héroe yugoslavo era un hombre que sabía cuándo el horno estaba listo para los bollos, y al parecer supo traducir su sensibilidad e ingenio panadero al campo de batalla. Este primer derribo en la historia de un avión con una reputación de infalible se consideró un triunfo nacional y una gran fisura en la reputación de la fuerza aérea estadounidense.
Bajo el slogan de “Disculpen… no sabíamos que era un avión indetectable”, mostraban las piezas del bombardero derribado a los medios, y actualmente hay piezas de este bombardero en el museo de aviación de Belgrado. Esto fue muy motivador para la moral de un país que se vio enfrentado a la autoproclamada “Fuerza militar más poderosa del mundo”. Al parecer, ese «bolillo» duro lanzado por parte de nuestro heroico panadero fue demasiado para el sofisticado avión.
En un giro curioso de la historia, Dale Zelko y Zoltán Dani se convirtieron en amigos. Fueron dos oponentes magníficos que, ante la improbabilidad de los hechos, desarrollaron admiración mutua, y los podemos ver en un conmovedor documental cuando el estadounidense y su familia llegan a visitar a Zoltán en su panadería, donde ambas familias se conocieron e intercambiaron abrazos. Si quieres ver este video, en mi blog vas a encontrar el enlace, así como la información para que veas la dramática película que se realizó para contar esta historia.
El documental se llama “El segundo encuentro” ya que en el primero cada uno disparó en contra del otro, pero el segundo fue una muestra de humanidad y esperanza. Esta clase de sucesos no son raros tras las guerras, y muchas veces cuando la paz regresa, antiguos enemigos suelen buscarse y confesar su admiración por su contraparte. La guerra saca lo mejor y lo peor del ser humano, y es por ello que estos sucesos bélicos a veces culminan con gestos de humanidad inesperados y con historias dignas de ser contadas.
Y sí, amigos, este es un dato inútil, pero siempre he tenido debilidad por las buenas historias, especialmente cuando son protagonizadas por nuestros colegas de la cocina, en este caso un panadero de oficio que se reunió con el piloto, quien pasó de némesis a amigo.
Buenas noches.